El concepto de que las corporaciones tienen responsabilidades que se extienden más allá de sus accionistas es tan antiguo como los accionistas mismos. En el siglo XIX, muchas compañias construyeron viviendas especiales para sus empleados, creyendo que un empleado que viviera bien sería más productivo que un empleado que vivía en un basural. Incluso los famosos capitalistas inescrupulosos que construyeron los ferrocarriles en los Estados Unidos en el año 1880 estaban interesados en algo más que llenar sus propios bolsillos. Andrew Carnegie, quien logró ganar una fortuna en la industria del acero de Pittsburgh, contruyó bibliotecas en todo el mundo y donó U$D 350 millones para obras de caridad.
A principios del siglo XX, Teddy Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, afirmo lo siguiente:
Las corporaciones son instrumentos indispensables en nuestra civilización moderna; pero creo que deberían ser supervisadas y reguladas de forma tal que deban trabajar para los intereses de la comunidad en su conjunto.
Su supervisión incluyó leyes antimonopolio y normas sobre salud, horas de trabajo, etc.
En la década de 1980, el debate se centro en la «corporación ética», que aumentaría al máximo las ganancias y a la vez respetaría la ética. En 1987, Adrian Cadbury, presidente de la empresa de chocolates que lleva su apellido, escribió en la revista Harvard Business Review:
La posibilidad de que las consideraciones éticas y comerciales entren en conflicto siempre ha sido un asunto que quienes dirigen las compañías deben enfrentar. No es un problema nuevo. Ahora la diferencia es que se aplica un interés más amplio y crítico para tomar las decisiones y para juzgar la ética subyacente.
Con el cambio de siglo, el debate pasó a centrarse en la responsabilidad social empresaria. ¿Cuánta supervisión y regulación de la que hablaba Roosevelt son necesarias para asegurar que las corporaciones trabajen de manera suficiente en favor de los intereses de la comunidad en su conjunto? Los defensores extremos del libre mercado argumentan que no hay necesidad de que se dicte ningún tipo de regulación. Según ellos, lo único que se requiere para asegurar una conducta responsable de las corporaciones es la transparencia respecto de sus negocios. Las corporaciones se comportarán de manera responsable hacia la comunidad sin la necesidad de ejercer coacción, porque lo hacen en su propio interés. «Ser buenos es un buen negocio», dijo Anita Roddick, fundadora de una empresa de cosméticos The Body Shop.
En los Estados Unidos, la organización Better Business revela que los negocios sin ética son malos no sólo para esas firmas en particular, sino también para todo el mundo empresarial:
Las prácticas comerciales no éticas generan hostilidad entre los clientes y la comunidad, no sólo respecto de una empresa en particular, sino hacia toda la comunidad empresarial en su conjunto.
Se ha producido una clara distinción entre las actitudes del mundo anglosajón frente a la responsabilidad social empresarial y la actitud de los países de Europa continental y Japón, donde históricamente las corporaciones se desarrollaron más como instrumentos del Estado. En el Reino Unido y los Estados Unidos, las compañías eran libres de obtener ganancias como quisieran, siempre que respetaran las leyes. En cambio, en Japón y otras partes de Europa se esperaba que las corporaciones desempeñaran un importante rol en aumentar el nivel de empleo y, por ejemplo, contribuir al desarrollo de la defensa nacional.
El reciente debate sobre la responsabilidad social empresarial está relacionado con el debate sobre la globalización y se ha centrado en tres áreas principales:
- El medio ambiente: Esto se extiende más allá de la simple exigencia a las compañías para que dejen de emitir humo por las chimeneas de sus fábricas y abarca también la exigencia de que controlen su apetito de recursos naturales. La hostilidad organizada frente a esta conducta ha forzado a las empresas a cambiar.
- Explotación: La segunda tendencia es la explotación de los trabajadores, en especial de las mujeres de los países desarrollados y los niños de los países en desarrollo. Hay una sensación de que la globalización ha aumentado el poder de las multinacionales al mismo tiempo que debilitó la influencia de los sindicatos y otras organizaciones diseñadas para proteger a los trabajadores.
- Sobornos y corrupción: La tercer tendencia se centra en la corrupción, particularmente en la cuestión de qué constituye un soborno, y qué protección debería darles a los informantes (empleados u otros trabajadores que puedan informar de transgresiones que sucedan dentro de las corporaciones). Aquí hay un fuerte elemento cultural. Lo que se considera soborno en los países occidentales no se considera tal en regiones como Oriente Medio. Para ser vistas como socialmente responsables, las multinacionales suelen declarar que tienen una política «antisobornos».
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